miércoles, 17 de agosto de 2011

Despedidas

El tiempo, sin freno.

Esos jodidos instantes que vivimos sin saborear y llegando al inevitable final en el que se acaba el tiempo.
Y sin freno,
mi abuelo dedicó su vida a TRABAJAR, sería imposible usar las minúsculas para esta palabra. Hizo pozos durante gran parte de su vida (de ahí su afección pulmonar crónica), trabajó en Francia como cocinero de un grupo de militares y se dedicó a hacer lo que fuera necesario para mantener a flote a su mujer y a sus 5 hijos. Mi abuela, enferma desde que tengo uso de razón, en sus últimos años de vida le llamaba "mamá". No es de extrañar ya que mi abuelo además de sus varios trabajos, se dedicó a cuidar de la casa, con todas las tareas domésticas que eso conlleva, a cuidar de su esposa y de sus hijos. Cuando mi abuela murió se fue con él parte de su vida. A pesar de las adversidades, de que tuvo desde siempre una esposa enferma, la quería... muchísimo. Su última voluntad fue que dentro del ataúd uno de sus hijos metiera una foto de los dos tomando el fresco en la puerta de la pequeña casa que tenían, juntos, viendo pasar las horas.

Y el tiempo, sin freno. Me ha dejado sin abuelos paternos. Sin un abuelo, carismático como nadie, que no fui a ver en los últimos días de su vida.

Y el tiempo me atosiga y me atormenta. Y me intenta convencer de que corra, de que emprenda de una vez una carrera contrareloj, y sin despegar los pies del suelo, consiga hacer todo lo que pueda en este breve paseo. Y no me animo, el tiempo siempre me gana y me deja con la sensación vacía de perder cada instante de mi vida.

Trizas, arrugas, enfermedad, soledad... eso es lo que somos.

Recuerdos.