A la mañana siguiente me descubrí una enorme marca en el cuello. Primero observé mi reflejo en el vidrio de una botella de rioja que andaba dando tumbos por el sofá, pensé que sería gracioso despertar una mañana con un par de agujeritos rojos e imaginarse que te habías tirado a un vampiro la noche anterior y que presa de su ansia de sangre no había podido resistirse a mi encantador cuello.
El caso es que no me había tirado a ningún vampiro aunque hallaba varias similitudes entre aquellos seres de la noche y con el que realmente dormía yo.
Era la segunda vez que dormíamos juntos en un pequeño apartamento que él tenía en una zona, bastante chunga, de torrevieja. Desde el momento que lo conocí supe que en ese personaje de peinado desfavorecedor, coletilla y piercings había un fuego y una lucha interior muy desquiciantes. Obviamente y pensándolo bien por eso me atrajo algo de el.
El primer día, pasó sin pena ni gloria.. unos ronquiditos por aquí, unas palabritas en sueños por allá y alguna patada en la espinilla. Como suelo ser muy maniática para dormir, hice de tripas corazón y aunque no pegué ojo traté de aguantar la noche sin mandarlo a la mierda una sola vez.
La segunda noche se me helaron las tripas.
Esa segunda noche en la que aún no había oído ningún ronquido ni habladuría alguna empezó de repente a gritar como un poseso, como si estuviera ardiendo en llamas, como si al vampiro le clavaran estacas en su frío corazón. Me agarró del cuello como si de un pollo camino a su cruel destino se tratara. Mientras yo casí me orino del susto el dejó de gritar y abrió los ojos.
Tardó unos diez minutos en saber dónde estaba y quien era yo y cuando la vida volvió a cobrar sentido para si mismo se asustó al verme arrinconada muy cerca de la puerta, dispuesta a salir pitando si la situación lo requería.
Se echó a llorar como un niño desconsolado.
Las pesadillas eran constantes y, por lo que pude saber, se las encontraba casi a diario desde los 18 años.
Peleaba con dragones asesinos, con demonios que pretendían arrancarle el corazón y con seres horribles que luchaban contra el para descuatizarle y comerse los pedazos con un poquito de salsa rosa.
Los gritos eran inhumanos.
Acabamos durmiendo separados en vista del extraño aprecio que le tenía a mi propia seguridad. Aún llevo una brecha en la frente de la primera vez que intenté despertarle a mitad de un "combate".
La última vez que le ví, y en la que nos dijimos adiós, terminó por confesarme su adicción desde muy temprana edad por sustancias con mas que dudosa reputación y de su relación tormentosa con la cocaína a la que aún no había dejado. Me era infiel con aquel polvillo blanco pero la que no dormía por las noches era yo.
En fin, no se si seguirá peleando cuando se esconde el sol o si habrá encontrado alguna sado a la que le vaya el rollo, en mi caso, solo quedó decir: ¡Sayonara, baby!