Curiosa Ana, que ya sabe que llega la hora de ir a dormir y sabe también que dará 10 millones de vueltas (en unas sábanas que hace semanas que no cambia) antes de que el sueño llegue. Esperará hasta algo más de las 3 de la mañana a ver si la teletienda le ofrece algo inspirador. Aunque la Chef-O-Matic le divierte, no es suficiente como para olvidar las desgracias cotidianas que la vida le ha ido ofreciendo, así que, rescata aquel libro que dejó hace un par de meses en el cajón de la ropa interior, ya ni siquiera recordaba que hubiera leído prácticamente 300 páginas. No le apetece leer. Relee y borra algunos sms antiguos que va conservando por si alguna vez tiene que usarlos, odia que su teléfono tenga una memoria limitada. Lo mejor será –piensa ella- fumarse un cigarrillo. Lo cierto es que desde que trajo esos cartones tan baratos de su verano en África enlaza uno con otro. El humo de su cigarrillo africano enturbia su habitación, y antes de que exista la posibilidad de prender fuego al mobiliario, Ana alcanza a apagarlo en el cenicero que siempre deja debajo de la cama. Los ojos cada vez más pesados se abandonan al sueño con un último pensamiento: mañana, compraré la Chef-O-Matic.